Se abre una ventana de oportunidad para darle nueva forma a la organización de la sociedad para aprovechar mejor las nuevas tecnologías y para que sea más sostenible y más humana. Argentina en sus sucesivas crisis ha desarrollado una capacidad de resiliencia y organización de la sociedad civil única, que es uno sus mayores activos en esta situación.
Artículo publicado originalmente el Página/12 el 10 de mayo de 2020
Por Anabel Marín
La crisis causada por el coronavirus nos enfrenta a varios desafíos cotidianos a resolver: el sector informal, las pymes, el desempleo, los pagos de la deuda, la suba del dólar, la inflación, entre otros. Este día a día no debería cegar la mirada hacia el futuro.
Hay preguntas ineludibles para empezar a abordar. Esta crisis está golpeando fuerte y golpeará aún más las bases cómodas (al menos para algunes) sobre las que estábamos asentados. El escenario es muy incierto, pero lo que está claro es que no se podrá seguir haciendo business as usual. Para bien o para mal, las cosas van a cambiar y es muy probable que drásticamente.
Lo malo de esta nueva situación es la incertidumbre; lo bueno, la posibilidad de intentar re-encaminar lo problemático -que es mucho- en mejores direcciones. Veníamos muy mal en muchos frentes. Esta crisis está mostrando con crudeza nuestros problemas, pero al mismo tiempo y oportunamente está jaqueando lo establecido.
Quizás en este caos, cuando lo que parecía obvio, normal, incuestionable e imposible de modificar, la famosa inercia (path dependency), ya cambió o, está tambaleándose por el terremoto, podemos aprovechar lo que se va gestando de nuevo, y lo que todavía no pero podemos imaginar, para movernos en direcciones mejores.
Estamos hablando desde cuestiones muy micro, de las que se dan en los hogares, hasta macro, a nivel país y del orden global.
En lo micro, por ejemplo, en este experimento social que estamos viviendo, sin “ayuda doméstica”, está quedando más claro que nunca que son las mujeres quienes llevan la mayor parte de la carga de las tareas del hogar y el cuidado de les niñes, y en muchos casos cumpliendo a la vez todas sus obligaciones laborales.
Esto no afecta solo la situación de las mujeres, su ánimo y sus ambiciones, sino también la productividad general de la economía (33 por ciento de los puestos de trabajo los ocupan mujeres). Una pregunta ineludible entonces es: ¿Vamos a aprovechar esta evidencia que nos está golpeando en la cara y pensar nuevas políticas más transformadoras de género, como las licencias por paternidad igualitarias u otras posibles, o vamos dejar todo igual?
En relación a cómo organizamos nuestras actividades productivas y de innovación, el aislamiento social obligatorio está mostrando que podemos llevar adelante muchas más tareas de las que imaginábamos de manera remota, teletrabajando.
¿Vamos a seguir entonces trasladándonos de la misma manera que antes para llevar adelante todas las tareas laborales o vamos a ser más selectivos y hacerlo solo cuando sea estrictamente necesario?
E igual de importante, ¿si el acceso a internet se vuelve una herramienta de trabajo tan importante, no deberíamos pensar políticas hacia su acceso universal?
En el mismo orden de cosas, parece obvio ahora en la desesperación por encontrar una vacuna para el coronavirus, que ante la necesidad de una solución rápida a problemas urgentes, cuando se trata de generar innovación de manera efectiva, la libre circulación y acceso al conocimiento es un bien imprescindible.
Investigadores e instituciones de investigación de todo el mundo, tanto del sector público como del privado, están compartiendo sus avances en tiempo real, al mismo tiempo que muchas revistas científicas están abriendo sus publicaciones. Organismos internacionales como Unesco y la OMS están requiriendo a las autoridades nacionales de ciencia y tecnología que abran sus investigaciones. Quienes muestran señales de querer imponer una lógica de apropiación exclusiva y extracción de renta extraordinaria, por otra parte, están siendo rápidamente cuestionades.
Con esta evidencia ¿vamos a seguir dejando que impere la lógica de apropiación versus la de libre circulación de conocimiento como incentivo a la innovación? ¿O vamos a aprovechar para escapar a la presión de las grandes empresas y pensar seriamente qué sistema de propiedad intelectual es el más apropiado para incentivar la generación de conocimiento y la innovación?
En lo macro, con las emergencias que está generando la crisis, en materia de políticas públicas, una gran mayoría reconoce ahora, aunque con matices, la importancia del Estado y de la industria nacional.
El Estado no solo nos tiene que cuidar, asegurarse que la difusión del virus no haga colapsar el sistema de salud, y asistir a los sectores de la población marginados, sino también salvar a las empresas y garantizar que todos los bienes y servicios necesarios para nuestra supervivencia estén disponibles a tiempo.
Necesitamos que la industria nacional tenga la capacidad de producir respiradores, insumos médicos y alimentos suficientes, entre otros productos de primera necesidad. De nuevo, entonces, una pregunta crucial que deberíamos estar haciendo es: ¿Vamos a aprovechar esta nueva clara evidencia de la necesidad del Estado para legitimarlo nuevamente y rediscutir sus funciones? ¿O vamos a seguir esperando que cumpla sus múltiples funciones sin recursos para financiarse ni instrumentos reales de intervención?
Al mismo tiempo deberíamos preguntarnos: ¿Vamos a seguir sosteniendo la idea de que solo debemos producir aquello que podemos hacer eficientemente, con una lógica de ventaja comparativa, o vamos a empezar a discutir seriamente qué deberíamos producir con una mirada estratégica de largo plazo?
Finalmente, desde una mirada global, esta crisis está dejando en claro que nuestros vínculos con la naturaleza, con el medio ambiente y con nuestros pares no son buenos. Cuántos videos hemos visto de animales que se pasean libres por zonas antes congestionadas, de lagos y ríos más cristalinos. Estas imágenes muy probablemente van a quedar registradas en nuestra memoria.
Nos enfrentamos también al hecho que la enorme mayoría de la humanidad está en riesgo de vida por problemas de acceso a condiciones sanitarias y medios de subsistencia mínimos. ¿Vamos a seguir entonces sosteniendo las mismas tecnologías de producción que son dominantes hoy, basadas en el uso intensivo de recursos y de productos con altos riesgo para la salud, o vamos a incentivar y apoyar alternativas? De igual manera: ¿Vamos a dejar librada a su suerte a la enorme cantidad de población que hoy no tiene recursos para satisfacer sus necesidades básicas, o vamos a discutir seriamente posibilidades como el ingreso universal?
Todo parece indicar que tenemos una ventana de oportunidad para darle nueva forma a nuestro futuro, cambiarlo para aprovechar mejor las nuevas tecnologías y para que sea más sostenible y más humano. El aprovechamiento de esta oportunidad, sin embargo, requiere de políticas ambiciosas que utilicen la coyuntura de corto plazo para re-direccionarnos en trayectorias de largo plazo más inclusivas y amigables con el medio ambiente. Concentrarnos exclusivamente en discusiones acerca de nuevas oportunidades de mercado para lo que producíamos, o en cómo en reactivar lo que ya existía asistiendo a empresas y trabajadores para que sigan haciendo lo mismo que ya hacían, nos llevará a desaprovechar el momento.
Encarar el camino de la transformación requiere, sin embargo, reconocer las enormes tensiones que se generarán. Es de esperar una disputa muy fuerte entre los defensores de lo establecido, de los sistemas de privilegios actuales, y los que promuevan transformaciones.
Las voces del establishment, de hecho, ya están trabajando full time, movilizadas ante las más pequeñas señales de cambio, para defender el statu quo. El instrumento más efectivo para esto, por su apariencia de neutralidad, son los pronósticos certeros a futuro. Varios “expertos” ya están diciendo qué va a pasar si no tomamos las medidas “correctas”.
Una respuesta diferente convoca a reconocer las tensiones. Invita a reconocer también que el futuro no está determinado sino que se negocia día a día. Esto siempre ha sido así, pero el momento actual lo muestra con más claridad y es por lo tanto propicio para debatir transformaciones profundas. No se trata, sin embargo, de delegar toda la autoridad en el Estado. Nuestra experiencia muestra que un Estado que concentre todo el poder no es el camino. Se trata más bien de generar instituciones y mecanismos para el debate y la negociación, para la resolución de tensiones involucrando a la sociedad civil. Argentina en sus sucesivas crisis ha desarrollado una capacidad de resiliencia y organización de la sociedad civil única. Este probablemente sea uno de nuestros mayores activos en esta situación. Sería estratégico utilizarlo.
Hoy es el coronavirus pero a la vuelta de la esquina están los muchos otros desafíos que irán generando las crisis climáticas que venimos experimentando. Es muy probable entonces que con este desafío mayor que la crisis climática plantea, la diferencia la hagan los países que aprovechen esta oportunidad y cambien el rumbo. Quienes no lo hagan corren el riesgo de quedar violentamente excluidos del sistema, o en los peores lugares en la división internacional del trabajo, que Argentina ya conoce.